El Boom de los NFTs: Un viaje de locura especulativa

El Boom de los NFTs: Un viaje de locura especulativa

Hubo un tiempo no tan lejano en que el mundo enloqueció por los NFT, esos tokens no fungibles que prometían ser la nueva frontera del arte y la inversión.

Imagina que un collage virtual, que a simple vista podría confundirse con un fondo de pantalla sacado de una web de baja categoría, se vendía por la friolera de 69 millones de dólares en una subasta. Sí, no es ciencia ficción. Es el mundo en el que vivimos, donde un simple dibujo de un mono digital podía hacer que celebridades como Paris Hilton y Jimmy Fallon, con la misma expresión jocosa que utilizan para hablar de sus últimas vacaciones, se jactaran en televisión de pertenecer al club de los que compraban estos carísimos simios.

Este fenómeno no tardó en contagiarse. Un comisario de arte de segunda fila, siendo generosos, se forraba de la noche a la mañana convenciendo a un puñado de incautos de que unas fotos de cascos de tropas imperiales de Star Wars serían la inversión del siglo. La sorpresa, por supuesto, vino cuando esos mismos compradores se dieron cuenta de que lo que tenían entre manos valía menos que un chicle mascado.

¡Y el escándalo no tardó en explotar!

nft´s - territorio seguro

El auge y caída de un sueño digital

No hace falta irse muy atrás para recordar esos días dorados de locura cripto. Marzo de 2021 fue testigo de la subasta en la que Christie’s vendió el vídeo *Everydays: the First 5000 Days*, del artista digital Beeple, por un precio estratosférico.

Un par de meses después, los dibujos de monos del Bored Ape Yacht Club alcanzaban cifras que solo se pueden comparar con las cifras de un rescate bancario.

Parecía que cualquiera que tuviera una conexión a Internet y algo de tiempo libre podría convertirse en millonario vendiendo arte digital.

nfts - territorio seguro

Y entonces, la burbuja comenzó a hincharse más allá de lo imaginable. Ben Moore, un comisario de arte que había ganado cierta notoriedad por proyectos como *Art Wars*, decidió que era su momento de entrar en el juego. ¿Su jugada? fotografiar cascos de las tropas imperiales, pedir a algunos artistas digitales de segunda que les dieran un toque y, ¡bam!, lanzar una colección de más de mil NFTs que se agotó en segundos. Resultado: 7,5 millones de dólares recaudados y la promesa de que las reventas añadirían ceros a las cuentas bancarias.

Pero, como suele suceder en estas historias, todo fue demasiado bueno para ser verdad. Algunos de los artistas involucrados, entre ellos pesos pesados como Damien Hirst y Anish Kapoor, se dieron cuenta de que nunca habían dado permiso para que sus obras fueran usadas con fines lucrativos.

Y entonces Disney, que no es precisamente conocido por su tolerancia, lanzó a sus abogados a la caza. Lo que vino después fue un descenso vertiginoso: los NFTs de Moore perdieron todo su valor y los compradores comenzaron a exigir explicaciones mientras los cripto-bros, esos supuestos expertos en inversión que habían ayudado a Moore, desaparecían sin dejar rastro.

Reflexionando sobre la moda de los NFTs

En retrospectiva, parecía lógico que el mundo del arte contemporáneo, siempre ávido de encontrar la próxima gallina de los huevos de oro, abrazara con entusiasmo la moda de los NFTs.

Pero, a pesar de toda la euforia, es importante recordar que un NFT no es una obra de arte en sí misma.

Es simplemente un identificador único que certifica la propiedad de un activo, ya sea digital o físico, utilizando la tecnología blockchain. Nada en la naturaleza de un NFT garantiza su valor; es el mercado, y solo el mercado, el que decide su precio, con todos los riesgos que eso conlleva.

Este año, celebramos una década desde que los NFTs vieron la luz. Fue en mayo de 2014 cuando los artistas Jennifer y Kevin McCoy, junto al emprendedor tecnológico Anil Dash, crearon el primer NFT en una demostración en el New Museum de Nueva York. Desde entonces, la cosa ha evolucionado bastante, para bien o para mal. Instituciones de renombre como el Museo de Orsay, la Galería Uffizi y el British Museum han experimentado con NFTs, vendiendo y mostrando estas versiones tokenizadas de sus obras maestras. Incluso el MoMA de Nueva York ha adquirido su propio NFT, una instalación de video del artista Refik Anadol.

¿Y ahora qué?

Hoy, en las galerías de arte contemporáneo, hablar de NFTs es casi tabú, salvo para hacer algún chiste que disipe la tensión. Lo que comenzó como una revolución en el mundo del arte digital ha quedado relegado, al menos por ahora, a un recordatorio de que, cuando algo parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo sea.

Así que, si alguna vez te ves tentado por la promesa de hacerte millonario con un dibujo de un mono digital, recuerda que en este loco mundo de los NFTs, el valor es tan volátil como la burbuja en la que surgieron.

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